“La verdadera dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguien a quien servir.”
La profesión de ser maestro implica que cada ser humano decidido a serlo, experimente constantemente diferentes grados de transformación en su práctica docente; desde el momento en que tiene a su primer grupo en sus manos hasta el último día de servicio dedicado a la niñez.
En el caminar de mi labor profesional he tenido que afrontar grandes problemas, como por ejemplo: contemplar la mirada tierna de los niños deseosos de saber y descubrir a través de mí voz las maravillas que encierra nuestro mundo y no satisfacer en la totalidad sus expectativas, palpar en carne propia el temor de poner en práctica lo aprendido y no obtener los resultados esperados ; me desconcertó porque en las escuelas normales adquirimos conocimientos, metodología, estrategias, técnicas, etc., pero no aprendimos a saber comunicarnos con nuestros alumnos, despertar realmente la inquietud y curiosidad por aprender, a tener dominio sobre nuestro auditorio, controlar y modular la voz en el salón, hacer una buena respiración al momento de hablar, etc.
Todos los problemas antes mencionados los tuve que enfrentar con alegría desbordante que caracteriza al maestro novato, trataba de dar lo mejor de mí ser a los demás, porque nuestros alumnos nos idealizan demasiado y esperan mucho de nosotros; aún en comunidades urbanas.
Observar en los niños la necesidad afectiva y cognitiva me pusieron a reflexionar sobre la gran responsabilidad adquirida no sólo para propiciarles aprendizajes significativos que les permitiera una vida más digna ; sino también un ambiente de plena realización como seres humanos.
Para lograrlo al principio del trabajo opté por el ensayo y error para confrontar en la práctica lo más adecuado de cómo enseñar. Por lo tanto la labor del maestro implica para mí un reto, y me conlleva a una superación personal y profesional día a día. Me permite experimentar la calidez humana y la sinceridad de aquel beso en la mejilla que uno se tiene que ganar, además de poseer un cúmulo de satisfacciones y de desilusiones; desafíos y aciertos, triunfos y fracasos, etc.
Para lograrlo al principio del trabajo opté por el ensayo y error para confrontar en la práctica lo más adecuado de cómo enseñar. Por lo tanto la labor del maestro implica para mí un reto, y me conlleva a una superación personal y profesional día a día. Me permite experimentar la calidez humana y la sinceridad de aquel beso en la mejilla que uno se tiene que ganar, además de poseer un cúmulo de satisfacciones y de desilusiones; desafíos y aciertos, triunfos y fracasos, etc.
Cada error cometido por mí como docente ha significado una oportunidad de crecimiento, una fuente de inspiración para aprender y no cometer la misma equivocación otra vez. De ahí que no sólo los alumnos aprenden, sino que el maestro también lo hace.
Comparto al igual que mis compañeros de la maestría la preocupación por estar mejor preparados para que nuestros alumnos puedan responder a la exigencias individuales y sociales de su vida. Además de la necesidad de intercambiar experiencias y enriquecer la misión de ser maestro; ésta no es sencilla, pero tampoco compleja, ni imposible, está llena de insospechadas aventuras, que nos conducen a un estado de suspenso y asombro, al ver como los niños logran sus propios aprendizajes.
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